El sol aparece temprano en la mañana, las labores inician como de costumbre. Un pequeño poblado rural formado por un aproximado de 300 jornaleros ve aparecer en sus calles atestadas de hoyos y zanjas a los hombres de familia. Entre ellos, bastantes jóvenes. Todos inician su traslado a laborar, como dios manda, por el medio de transporte que sus magros ingresos les puedan proporcionar.
Heriberto es un personaje bastante común en esta sociedad, 22 años, diez como paria del campo, que es eterno. Prisionero de aquel que tuviese la bondad de pagarle una dulce miseria por sus arduas horas de trabajo, ya fuera en el sembradío de don Arnulfo, don Manuel o don Vicente. Eso no importaba. El oficio es de familia, nunca pensó que podría ser nada más, y no lo fue.
Los días en el campo eran abrumadores, pero la costumbre lo era más. Herito no tenía muchos amigos, en realidad, sólo uno: Iván, a quien gustaba decirle de cariño "chino". Los dos pasaban largas horas juntos, por las noches, sin hablar, percibiéndose, alejándose y acercándose con leves caricias, una conexión espontánea y radiante. Se miraban a los ojos y sus corazones se llenaban de un flujo térmico, que los mantenía apacibles en la fría choza de cartón en la que vivían, alejados de aquellos que "no lo entenderìan" decía Heriberto.
-Termina un día más de está transgresora rutina que mata el espíritu y acaba con mis fuerzas-, pensaba Herito. "Al menos estoy en casa". Iván lo esperaba impaciente, lo miró con sus grandes ojos brillantes y antes de que Heriberto pudiera reaccionar, se encontraba enlazado, de principio a fin, con su amado. Olvido el cansancio y el brillo del sol, que aún pesaba sobre sus sienes palpitantes. Se sumergieron en las penumbras de aquel cuarto, sin más que sus cuerpos lujuriosos en la habitación desprovista de muebles.
Acostumbrados a una rutina, el día comenzaba y terminaba, invariablemente, de la misma manera. Chino dormía poco, así que, él se encargaba de despertar a su compañero con una caricia, o pasándole la lengua por los labios, cosa que excitaba profundamente a su querido. Heriberto despertaba y se tomaba un café, mordisqueaba un pedazo de pan viejo e iniciaba su caminata, invadido por el sol. Después de la dura jornada volvía a casa donde se encontraba con su amado, quien siempre lo recibía con muecas que no caracterizaban ningún sentimiento, pero con una mirada tan profunda, apacible e intensa que Heri no podía dudar siquiera que no lo amaran. Más que ocasionalmente tenían noches de sexo salvaje en las que aullaban de pasión, Iván más que Heriberto.
Llegando a casa, un día cualquiera, Herito encuentra a su chino, tirado en el suelo con un aspecto terrible, vomita repetidamente una masa espesa de mucosa, comida y sangre. - ¿Qué te hicieron? -titubea Heriberto- . No recibe respuesta. La indecisión invade su mente. Iván parece muerto pero aún respira. Lo toma entre sus brazos y camina largo y tendido hasta encontrar un médico capacitado.
Ya en el consultorio Heriberto se da cuenta de la gravedad del asunto por primera vez. Lo envenenaron, dice el médico. Impávido pregunta cómo está su amigo.- Muerto- dice el doctorcito, -lo lamento-. Heriberto rompe en llanto y sale encolerizado a la calle donde la noche apenas comienza. -¿Quién fue el hijo de su puta madre que me quito a mi chinito? ¡¿Quién?!- Busca una respuesta que nadie está escuchando. Llega a casa pero no puede entrar, no está Iván esperándolo, nada dentro de esa pocilga le satisface, al contrario, lo asquea. La incertidumbre, el enojo y una tristeza infinita lo invaden, sofocándolo hasta dejarlo tendido frente a las faldas de su casa, junto a la puerta.
Por la mañana el ojo brillante en el cielo ilumino su rostro. Despertó. Caminó al trabajo. Su rostro reflejaba la tristeza de aquel que no podrá volver a amar, pero en su azotea no habitaba una sola idea o pensamiento. Sin darse cuenta, el campo se abre ante él y una multitud de individuos lo rebasan por diestra y siniestra. Uno de ellos se posa a su lado y le pregunta a qué se debe ese caminar pesado y triste. Heriberto no responde. Le insiste. Sin entender por qué, tal vez para dispersarlo, le contesta automáticamente y en un tono tenue y profundo –Murió Iván-. Heriberto percibe un silencio sepulcral y de inmediato una carcajada que lo estremece como un rayo en la medula. - ¿Al fin ha muerto ese perro desagradable? -Cómprate otra mascota y asunto resuelto- dijo el bobalicón. Heriberto le destroza la mandíbula de un puñetazo seco y exacto que derriba al indeseado, al suelo áspero y sólido dejándolo fuera de combate, mientras Heri se aleja para no regresar.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Amor Prohibido
Publicado por
Cosme Fulanito
en
18:27
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1 comentarios:
Nooooooo, algo pasó con las <>. Como que hicieron que se borraran unas partes de diálogo. Checa eso.
Good one.
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