martes, 20 de julio de 2010

Maximiliano y Carlota

Cayendo de una altura enorme se precipitan rápidamente dos seres amorfos, están mutando de un confuso conjunto de particulas gaseosas a lo que en el futuro serán dos entes, en esta, aparentemente, interminable caída.

No hay nadie más ahi. En los ojos de uno se presenta el reflejo del ansia loca y salvaje del compañero sin forma que se encuentra a la derecha, a la vez que, los pensamientos del otro se internan en la mente del acompañante en metamorfosis, quien se ubica a la izquierda del primero.

Continúan envueltos en una transmutacion, que no pueden detener. A pesar de que el suelo está cada vez más cerca, su preocupación, la de los dos, es hundirse en el otro. El tiempo se detiene al igual que la caída, uno invita a pasar al otro a su refugio (que no es más que su cuerpo perfecto y deforme), y aquél, sintiéndose con una suerte tremenda, arremete contra el anfitrión, que lo recibe con los (ya formados) brazos extendidos.

En esta amalgama de desenfreno apasionado, donde nada tiene principio ni fin, nuestros individuos adoptan una fase entre liquido y gas, contenidos en dos moldes de humanos. Adentrándose así en los lugares más reconditos del viajero a su lado, sin necesidad de descuidar otros lugares, igual de placenteros para visitar.

Se recorren como un susurro de pies a cabeza. Se detienen. Mirándose a los ojos, son inexistentes para el mundo, pero visibles perfectamente para sus dos almas. Se elevan, separando sus "cuerpos", cambiando su forma a cada instante, sin importarles.

Los dos amantes se encuentran ahora sobre una plataforma esponjosa que se suspende sobre la atmósfera, sus cuerpos desnudos, son ahora de "carne y hueso” con una densidad mucho menor, obviamente. Tímidamente uno se acerca y, comienza mordisqueando los pies de su amada, ésta sonríe, permitiéndole el jugueteo, continúa acariciando las piernas, con firmeza y cariño, sin precipitarse siquiera un segundo. Sube su mano para tomarla por la cintura, siendo este el instante en que una corriente de aire frío los atraviesa, chocando con sus cuerpos semiacuosos y calientes. Se produce así un remolino de desaforado frenesí, producto del gradiente de temperatura entre la corriente y los cuerpos y del cual ninguno quiere salir.

A pesar de verse en una configuraciòn humana (al menos eso perciben sus sentidos), estos tienen una cualidad extraordinaria: eran flexibles de manera inhumana: la pierna de ella se encontraba en su hombro, mientras le recorre la espalda con interminables besos y aruñando su pecho. Y él le recompensa: mordisqueándole la ingle alternando para besarle su sexo, sin dejar de acariciar sus pechos, con ternura infinita.

El pequeño huracan disminuye y el ancho del cono decrece, al igual que su aceleración, acercando a sus invitados más y más. Tras el reacomodo se encuentran con las piernas entrelazadas tras sus espaldas las piernas de ella sobre las de él, mirándose los rostros satisfechos y cansados.

Siendo cuerpos perfectamente tangibles para sus manos invisibles, se miran con el ansia ciega de quienes saben el siguiente paso, se estrechan para que sus miembros se acoplen, iniciando lentamente, hasta encontrarse profundamente perturbados por su concupiscencia, están perdidos y no tienen miedo, caminan por los pasadisos del amor desmedido, hacia la liberación de los deseos más profundos y profanos. Los cuerpos se fusionan en el climax de la ceremonia, convirtiéndose en vapor, que debido al contacto con el viento gélido del exterior, transforma el fenómeno natural que los acoge, en un torbellino de vapor, que proyecta a los pasajeros en todas direcciones, acabando con ellos, para siempre.